LAS TRES MARÍAS. IN
MEMORIAM.
Siempre
pensamos en el frío cuando nos mencionan el mes de febrero. Pero, en aquel día
de febrero de 1708, o tal vez por la noche del 23 al 24, una nube piadosa tuvo
que proteger de la helada a la pequeña María, que fue abandonada en el pórtico
de la iglesia de Puentearenas. En el viejo papel de
un libro parroquial puede leerse lo siguiente: «En veynte
y quatro de febrero de mil settecientos
y ocho años, yo, el Bachiller Joan de Bañueta,
Vicario en este Arziprestazgo de Valdivielso y Cura
Beneficiado en estte lugar de La Puente, en la Yglesia de Nuestra Señora de él, Baptizé
a una niña que pareció en el pórtico de dicha Yglesia,
hija de Padres incógnitos, y la puse por nombre María. Fueron sus padrinos el
Licenciado Alonso López Saravia, Presvítero regular
en este lugar, y Doña Petronila Saravia Villasante, muger de Don Joan Antonio Temiño
Saravia y Gallo, vezinos de este dicho lugar. Advertiles el parentesco espiritual y la enseñanza de la
doctrina christiana. Siendo testigos el dicho Don
Joan Antonio Temiño y Alexandro
de Gandía. Y lo firmo Ut supra.» Y al margen, con tinta roja, dice: «Murió esta
niña en 4 de marzo de 1710.» De esto podemos deducir que la criatura vivió algo
más de 2 años, suponiendo que fuera una recién nacida cuando la bautizaron.
Pero, ¿cómo vivió? Desde luego, tuvo padrinos muy principales, sobre todo doña
Petronila, y también los testigos eran personas muy importantes. Se trataba de
gente que poseía mayorazgos y fundaba capellanías. Además, en Puentearenas había una fundación que dotaba a las niñas
huérfanas, así como varias obras pías. Quien la hubiera dejado a la puerta de
la iglesia seguramente pensó que a María en aquel pueblo no le faltaría nunca
un plato de sopa. Pero lo que nadie le dio fue un apellido. Vivió y murió
llamándose solo María. Quiero pensar que alguien le dio, por lo menos, un poco
de amor: tal vez una sirvienta que la criara en las cocinas de la casa de doña
Petronila; tal vez el ama de cura, si se quedó en la casa parroquial; tal vez
alguna vecina de Puentearenas que la tomara a su
cargo.
Poco más es
lo que se sabe sobre María Expósita, que llegó a la Merindad de Valdivielso en
1885 procedente de la Casa Provincial de Beneficiencia
de Burgos. Probablemente fuera hija de madre soltera, o de padres que no podían
hacerse cargo de ella, y no se sabe dónde nació, si en la capital o en
cualquier pueblo de la provincia de Burgos. El hecho es que alguien la dejó en
aquel hospicio sin dar nombre alguno. Solo queda escrito en el Registro Civil
de la Merindad de Valdivielso que el 7 de septiembre de 1885 Felipe Fernández,
labrador y casado, natural de Panizares y domiciliado
en el mismo pueblo, comunicó en el juzgado municipal, sito en Quintana, el
fallecimiento de aquella niña de un año de edad, la cual estaba domiciliada en Escóbados de Abajo, pueblo pertenenciente
entonces a la Merindad de Valdivielso. María había fallecido el día anterior,
“a consecuencia de catarro intestinal agudo”, y Felipe Fernández acudía a
comunicar el hecho en calidad de “encargado de la lactancia” de aquella niña,
tal como consta en el acta de defunción. Es de suponer que la auténtica
encargada de la lactancia habría sido una mujer, que desde luego no sería la
esposa de Felipe, porque la niña no estaba domiciliada en Panizares.
Hay que suponer que se trataría de una nodriza que él habría contratado en Escóbados de Abajo. Tampoco podemos asegurar que el
hospicio o la Junta de Beneficencia hubieran pagado algo por la crianza de la
niña, pero lo más probable es que no se hubiera hecho desinteresadamente. Por
algún motivo, estas cosas se formalizaban dando pocas explicaciones y con la
mayor discreción. Llama la atención que el juez municipal, el secretario del
juzgado y el declarante se reunieran a una hora tan temprana e intempestiva, a
las cinco de la mañana de aquel 7 de septiembre, cuando la niña había fallecido
a las seis de la mañana del día anterior. Enfin, el
caso es que en el reverso del acta leemos que María Expósita sería enterrada en
el cementerio de Escóbados de Abajo. Firman el juez
municipal, el secretario, el declarante y dos testigos. Allí terminó la breve
historia de María.
Otra María
falleció una semana más tarde, pero hizo el viaje en sentido contrario. Había
nacido en Quecedo el 12 de junio de 1885 y, a diferencia de las dos anteriores,
ella sí tenía apellidos. Sus padres eran Lucas de la Garmilla y Luisa
Bustamante, ambos quecedanos, que se habían casado el
7 de junio del año anterior, con 25 y 26 años de edad respectivamente. Las
cosas podían haber ido muy bien para la pequeña María, pero la desgracia llamó
a la puerta cuando Luisa, la madre, falleció de fiebres tifoideas el 31 de agosto de 1885. En aquella época una criatura
de dos meses y medio difícilmente podía sobrevivir sin lactancia natural,
porque no existía otro alimento adecuado. Como en el caso de María Expósita, a
María Garmilla y Bustamante había que buscarle una nodriza, pero solo los
padres adinerados o las instituciones podían contratar una. El padre de María,
Lucas, era un labrador pobre, y lo fue toda su vida, así que hizo lo que hacían
los pobres en aquellas circunstancias, es decir, llevar a su hija a una
institución que se encargara de alimentarla. No sé en qué fecha exacta fue
llevada María a la Casa Provincial de Beneficencia de Burgos, pero el día 2 de
septiembre Lucas solicitó en el Registro Civil de Valdivielso el certificado de
defunción de su esposa y el de nacimiento de su hija, supongo que porque esos
papeles se los pedían en Burgos. Cuando vi estos datos, me surgió la duda de si
Lucas, que era mi bisabuelo, habría terminado por dar a su hija en adopción, o
si sencillamente esta habría fallecido, porque la verdad es nunca oí hablar de
ella a los mayores de mi familia. En el libro del Registro solo había, al
margen del acta de nacimiento de María, una anotación muy confusa que aludía al
Registro Civil de Burgos y reflejaba una fecha, pero sin decir qué había
sucedido. Ni una palabra sobre la Casa de Beneficencia, ni sobre suceso alguno.
Para resolver el misterio, me fui una mañana a Burgos, a la oficina del
Registro Civil, pero allí me aseguraron reiteradamente que no tenían
inscripción alguna con aquella fecha. Decidí no rendirme e intentarlo a través
de la página web del Ministerio de Justicia. Y ayer por la tarde, por fin,
después de dos meses de incertidumbre, llegó a mi casa un cartero con un
certificado. Me puse muy nerviosa cuando tuve en mis manos las dos hojas que me
podían aclarar cuál había sido el destino de mi pequeña tía abuela. Al leer que
había fallecido en la Casa de Beneficencia de Burgos el 14 de septiembre de
1885 a consecuencia de “debilidad general orgánica”, sentí una enorme tristeza
y un gran consuelo a la vez. Y es que me habría parecido muy mal que mi
bisabuelo la hubiera dado en adopción, máxime cuando cuatro meses más tarde se
casaba con mi bisabuela Paula, natural de Población, con la que tuvo en años
posteriores seis hijos, de los cuales cinco consiguieron sobrevivir. Pero, tras
el alivio, también sentí punzadas de dolor al saber que la pequeña María, con
tres meses de edad, se había apagado como una vela porque sus órganos vitales
estaban débiles, porque probablemente tenía anemia, porque seguramente al
enfermar su madre, ella se había quedado sin el alimento adecuado hasta que una
nodriza del hospicio se puso a amamantarla. Y, sin duda, eso se hizo ya
demasiado tarde. Si las cosas se hubieran hecho antes, o si la pobre María
hubiera podido aguantar un poco más, tal vez la habrían enviado finalmente a la
nodriza que había quedado libre en Escóbados de Abajo
y entonces, quién sabe, al cabo de unos meses habría podido ir a vivir con
Lucas y Paula … pero nada de eso sucedió.
Y es que
para los pobres las cosas suelen suceder a destiempo. Antaño se decía de los
niños ricos que “habían nacido con cucharita de plata”, y se apostillaba que
los más pobres nacían sin cuchara, ni de palo, porque, total, no iban a tener
nada que comer. Sin embargo, más triste que el hambre es el abandono, aunque
quiero pensar que las tres pequeñas Marías recibieron de alguien unas caricias
y algo de cariño antes de morir. Perdieron a sus padres, por motivos
diferentes, y en ningún caso debemos juzgar, sino compadecer, a una madre o un
padre que se separan de un hijo por necesidad. Pero sí debemos aborrecer las
causas de esas tragedias: la pobreza, la injusticia, la hipocresía moral. Y
luchar por erradicar esas lacras, que tampoco faltan del todo en el mundo y en
los tiempos en que nos ha tocado vivir.
Disculpad
que os haya contado tres historias tan tristes, pero en estas fechas quiero
pedir a los creyentes que en las misas y responsos recuerden a las tres Marías
y, con ellas, a los ángeles que pasan por el mundo y son olvidados rápidamente
porque no han tenido historia. Y a los descreídos, como yo, les preguntaría si
no han notado alguna vez en el aire diáfano de Valdivielso algo así como un
aleteo dulce y cálido, como un suspiro muy leve que pasa entre las hojas de los
árboles, como un murmullo infantil en el agua de los arroyos. Este año, en la
fiesta de difuntos, o el dichoso jálogüin, o como se
quiera llamar, no quiero esqueletos ni espectros. Solo quiero ángeles: mis tres
Marías de Valdivielso. In memoriam.
Mertxe García Garmilla